“Siento, luego existo”

Deja de correr tras los efectos de tus errores y siéntate en el bordillo.

Contempla cómo la vida llega”.-

ZsorianArkäin

El misterio del euribor, la crisis y el cambio climático

            En 2007 acudió a mi consulta una mujer con un ataque severo de ansiedad a quien pondremos el nombre de Verónica. Era una mujer de 40 años, casada y con tres hijos, todos ellos varones. Su estilo de vida era el típico de una clase media alta bien acomodada. Propietaria de varias fincas y negocios, había estudiado arquitectura, si bien trabajaba atendiendo uno de sus negocios. 

            Verónica acudía atormentada y terriblemente asustada por la imparable subida que por aquel entonces estaba experimentando el euríbor y que todos los medios de «información» se afanaban por recordar en dosis nada homeopáticas. Esto le disparaba la ansiedad pues temía no poder pagar el crédito hipotecario de su casa y terminar, así, teniendo que vender sus propiedades, en el mejor de los casos, o durmiendo en la calle al auspicio de las cajas de Balay que pudiera encontrar en el peor de ellos.

            Iniciamos el trabajo psicoterapéutico, como siempre lo hago, saltando entre lo histórico y el momento actual[1] lo que nos llevó a desenmascarar una vivencia de abandono muy impactante vivida durante su infancia y de una manera muy continuada. Dicha conexión le ayudó a entender determinadas cuestiones que estaban aconteciendo en su realidad actual y a manejar su nivel de ansiedad hasta poder hacer vida normal, si bien decidió continuar con el trabajo terapéutico y seguir profundizando en lo que el inconsciente arrojaba. Al poco comenzó la «desaceleración económica» que ha terminado siendo esta situación de derrumbe sistémico en la que nos encontramos y que volvió a desestabilizarla enormemente. Cierta sesión, cuando la crisis ya estaba haciendo de las suyas, Verónica hizo una observación muy interesante. Hacía semanas que se había olvidado por completo del euríbor, es más, no se había vuelto a molestar en calcularlo o estar al día de su estado. No obstante, su obsesión ahora era la crisis. Extrañada por este olvido señaló que, diez años atrás, había estado igual de angustiada por el cambio climático. En ese momento, se paró,  me miró detenidamente y preguntó qué sentido tenía este acertijo. ¿Qué relación había entre su angustia por el euríbor, la crisis y el cambio climático?¿Y por qué esos saltos de uno a otro?

Un sistema complejo en constante interacción con el medio: El Humano

            La gestión y control de la emoción propia es el principal aspecto a trabajar en los procesos psicoterapeúticos que llevo a cabo. Si una persona no es dueña y señora de su emoción y de su energía lo demás dará igual, pues el humano es, ante todo, un ser emocional.

            Desde mi concepción entiendo que las personas nos desarrollamos  a través de los límites impuestos por los cuatro ejes básicos que nos estructuran, forman y dan sentido: el cuerpo, la mente, la energía y la emoción. Estas cuatro realidades de lo humano no son sino un reflejo fractal de las fuerzas energéticas inteligentes que trenzan esta maraña de frecuencias a la que nosotros llamamos realidad y que en su oscilante baile micromacrocósmico toman posesión de eso que hay entre el cielo y la tierra: nosotros.

            Siguiendo con esta hipótesis estableceré dos afirmaciones. La primera, y de la que no hablaremos en este artículo, dice algo así como que el ser humano es expresión y alter ego penetrado y condicionado por esa energía inteligente. Y la segunda, menos abstracta, establece que esas cuatro dimensiones funcionan como un sistema complejo en constante intercomunicación, de tal suerte que la emoción resultante del encuentro entre el sujeto y el estímulo, interno o externo, tendrá un reflejo en las otras tres. Si la emoción es la tinta, el cuerpo, la mente y la energía son los libros en los que se imprime.

Dicho sistema complejo sólo puede ser funcional, y por tanto habitar en la salud, cuando las cuatro partes que lo componen coexisten en una relación armónica entre ellas y consigo mismas (y por reflejo con el ambiente en que vive). Es decir, una experiencia, interna o externa al sujeto, que provoque, por ejemplo, un impacto emocional significativo suficiente para el sujeto tendrá un reflejo en el cuerpo y/o en la mente y/o en el campo energético de dicho sujeto que puede acabar provocando una sintomatología orgánica si bien su origen era de orden emocional. Así, entiendo que cualquier síntoma y enfermedad no deja de ser el indicador que nos avisa sobre la pérdida de armonía y equilibrio del sistema total. Esta concepción nos hace concebir la curación como un proceso  de recuperación integral bio-psico-energo-emocional. Por ejemplo, una crisis asmática puede ser el reflejo orgánico de una situación estresante vivida por la persona en ese momento y que no sabe resolver de una forma funcional, ante lo cual, dicha persona, como sistema total, absorbe y gestiona el remanente de estrés transformándolo en un síntoma orgánico. No olvidemos que el síntoma siempre es el intento más o menos desesperado de la persona por recuperar el mayor nivel de equilibrio posible.

Este ejemplo nos pone delante la necesidad de hacer otra aclaración y que tiene que ver con  por qué se somatiza con un brote de asma un conflicto de orden emocional. En este sentido hay que tener siempre en cuenta dos nociones claras, la noción de terreno y la noción de suceso precipitante. Así, en función de la biografía de cada persona se va generando un terreno bio-psico-energo-emocional que incrementará las probabilidades de que una experiencia conflictiva pueda ser absorbida a través del cuerpo, de la mente o del campo energético. Se sabe, así, que determinadas estructuras caracteriales tienen una mayor probabilidad de padecer, por ejemplo, enfermedades de orden cardiovascular o procesos degenerativos autoinmunes.

Nuestra historia, y la de nuestras sagas, está escrita en nuestro cuerpo, en nuestra psique y en nuestra vibración energética. Y todo esto es lo que conforma nuestro terreno. A partir de aquí, la forma en que procesamos e interactuamos con la realidad subjetivamente percibida es lo que va a ir poniendo delante de nosotros las experiencias que pueden transformarnos o bloquearnos  y degenerarnos con una amplia variedad de sintomatología. Estas experiencias bloqueadoras son las conocidas como sucesos precipitantes.

Surfistas de la emoción

            En la película “One” uno de los entrevistados expone la siguiente secuencia: el pensamiento genera la palabra y la palabra el acto. La sucesión de actos instauran el hábito y del hábito surge el carácter. Del carácter se establece la cultura.

            Por norma general se suele aceptar, dentro del mundo psicológico, que el pensamiento es la pieza primera que desencadena toda la cascada de actuación en el mundo, de tal forma, que si somos capaces de controlar el pensamiento seremos capaces de controlar el mecanismo que nos hace funcionar saludable o patológicamente, como individuos y como colectivo. No obstante, en mi opinión hay un eslabón previo al pensamiento y que es la emoción. Me explico.

            Cuando decimos que generamos la realidad con nuestro pensamiento y que creer es crear es así, en mi opinión, hasta cierto punto. El ser humano, en realidad, no crea nada, simplemente recibe y capta algo que está, por decirlo de alguna manera, en el éter. Y por éter, vamos a considerar todo el amplio espectro energético al que el ser humano normal es incapaz de acceder a través de sus cinco sentidos. Desde el punto de vista energético, el ser humano tiene un triple dispositivo básico y necesario para su desarrollo, dos de los cuales son el plexo solar y el cerebro[2].

El cerebro humano, “escindido” en esos dos hemisferios, es en realidad una antena que capta frecuencias energéticas del éter y las representa simbólicamente en un lenguaje que sea inteligible para la persona, en función de los códigos simbólicos en los que ha sido socializado. En cambio, el plexo solar, sede de las emociones, es el dial que oscila para orientar la antena y así captar una u otra frecuencia. Cuanto más armónica sea la emoción, cuanto más cerca esté del placer, la conexión y la apertura el cerebro, como antenta, funcionará de una forma más integrada y más probabilidades de conectar con frecuencias elevadas y pensamientos expansivos, creativos y evolucionarios. Cuanto más cerca esté del miedo, la tensión y el aislamiento más esquizoide será el funcionamiento cerebral y más recepción de pensamientos inmovilistas, destructivos y reaccionarios.

 De esta manera, la emoción atrae los pensamientos, los cuales, tal y como hemos visto en la secuencia anterior, desencadenan toda la catarata de actos, hábitos, caracteres y culturas. La diferencia entre Gandhi y Hitler, y las culturas que ambos legaron a la evolución humana, no estaba en sus capacidades y potenciales individuales, sino en sus biografías emocionales. Fue lo experimentado emocionalmente, desde el mismo momento de la concepción, lo que creó el sendero por el que caminaron sus actos y se materializaron sus ideologías.

¿Por qué tenemos la generación de jóvenes más informados sobre las consecuencias del consumo del tabaco y otras drogas y porqué son la generación que antes, y de forma más masiva, consumen? No es la información cognitiva, el pensamiento, la que decanta hacia su consumo o no. Es la calidad del entorno emocional en el que se ha crecido el que favorece que la actuación vaya en una u otra dirección. No olvidemos que la autoestima es la experiencia adquirida de haberse sentido querido e importante, no la mentalización y repetición verbal de una serie de lemas bien intencionados hacia mi persona sin ningún tipo de sustrato experiencial y, por tanto, emocional. El conocimiento siempre es emoción experimentada.

            Así, dentro de la concepción del humano como un sistema orgánico complejo en interacción entre sus cuatro dimensiones, estableceremos que la energía es el combustible necesario e imprescindible que atraviesa y cohesiona todo, haciéndolo funcionar. Nada de lo que hacemos los humanos es neutro. Siempre hay una emoción como banda sonora de lo que experimentamos. Si no la sentimos es porque no le prestamos atención, no porque no esté. El ser humano es un ser emocional y sin emociones no es.

De igual manera, “nos transformamos en lo que contemplamos”, siendo la emoción la ola sobre la que los humanos, surfistas de la realidad, nos propulsamos para llegar al destino que apuntan nuestros ojos, jaleados por el deseo, sublimado o reactivo. Lo materializado en nuestra existencia es la obra que habla de cómo hemos sido.  Y de igual manera, vamos hacia donde miramos, lo que hace que el ecosistema que nos circunda, en todo su despliegue sensorial (tactil, sonoro, visual, olfativo, etc..) sea una olla indispensable y, muy condicionante, de nuestro devenir. Todo y todos estamos conectados. Del vientre a la tumba las emociones provocadas por la intención de mis actos interactúan con la de aquellos que me rodean cristalizando una realidad concreta de entre todas las infinitas posibilidades. Es por ello que cobra vital importancia cultivar, al igual que se cultiva cualquier disciplina, la cultura de la exquisitez y el buen trato, hacia uno mismo y hacia lo demás.

Emociones y sentimientos. Parecen lo mismo pero no lo son.

            Llegados a este punto creo indispensable hacer una aclaración breve pero totalmente necesaria: las emociones y los sentimientos no son lo mismo.  Como dar una definición de lo que es la emoción me parece tan absurdo como intentar explicar lo que es la energía, simplemente enumeraré sus manifestaciones que, a mi entender son cinco: gozo, tristeza, agresividad, inquietud y ansiedad.

A pesar de que todas las culturas y grupos humanos las tipifican en buenas y malas, todas son necesarias para el ser humano y no podemos prescindir de ninguna de ellas pues cumplen una función indispensable en su evolución: forman el dispositivo vital que, a modo de brújula, orientan hacia el norte, ocupado por la emoción de gozo o placer. Por increíble que parezca, el ser humano es, básicamente, una fábrica de generar placer, hacia el que viene orientado. El estado natural de la persona habría de ser el gozo, la calma, la concentración y la creatividad. Y si no lo crees, observa por un instante a un niño pequeño con sus necesidades satisfechas. Es generoso, amable, tierno, está contento, tranquilo y centrado en lo que le interesa[3]. Uno se conecta e ilumina desde el placer, a través del cual, crea la mejor versión de sí mismo. Y para lograr esto están las emociones, puesto que, cada vez que nos desviamos del camino que nos hace bien, sufrimos a través de la inquietud, la ansiedad, la tristeza o la agresividad que, en su interior, llevan el mecanismo justo para hacer que la persona se reoriente, a través de actos y pensamientos, hasta volver a lograr su equilibrio (experimentado como gozo y placer).  No olvidemos que la vida es, precisamente, esto: estados consecutivos de equilibrios y crisis. Así que, como ilustra magistralmente Alan Watts en “La sabiduría de la inseguridad”, no huyamos del sufrimiento, sino que seamos lo suficientemente sabios y capaces de usarlo a nuestro favor afrontándolo.

Por todo ello establezco que la secuencia natural para el actuar humano es la que sigue[4]: sentir, reflexionar y actuar (o inhibir la acción) para volver a actuar y, así, sucesivamente. Cuando una experiencia es interpretada por la persona de forma inquietante genera una respuesta de huida o afrontamiento (propia de la agresividad) que está formada por pensamientos y acciones concretas (así como una reestructuración de la pauta energética). Si dicha respuesta es adaptativa, bien porque el sujeto, comprendiéndola, se ha adaptado a la situación, o bien porque la situación ha sido transformada por el sujeto, este recupera su equilibrio y por tanto el gozo y el placer. Si la respuesta, en cambio, no es adaptativa seguirá la respuesta de huida o afrontamiento (agresividad, inquietud, ansiedad) hasta conseguir una solución favorable para el sujeto. En el caso de que esta respuesta no llegara se produciría una nueva situación en la que la emoción queda estancada y se transforma en tensión e irritación produciéndose una mutación de la emoción en un sentimiento. Así, por ejemplo, cuando la agresividad[5] no consigue su objetivo y se mantiene en el tiempo pierde la función para la que apareció y muta en un sentimiento de rabia cuya única finalidad es la relajación a través de la expresión. Por ejemplo, si ante una agresión de un extraño no uso para defenderme la energía que me da mi agresividad y me quedo bloqueado[6] y sumiso, asumiendo abnegadamente una situación injusta y perniciosa, mi agresividad se queda contenida y se va transformando en una rabia interna que buscará su vía de expresión a través del medio más factible, con mayor o menor control. Esta vía de escape puede ser la madre del árbitro en el partido de fútbol,  mi pareja, el mendigo del cajero (en casos extremos), pero, también, una crisis de ansiedad, una incipiente depresión, una erupción dermatológica o el inicio de un bruxismo nocturno, por poner sólo algunos posibles efectos. Es decir, la agresividad, transformada en rabia busca su resolución y extinción lanzándose contra algo o alguien de fuera o contra uno mismo. Es por esto que todos los grupos humanos dan salida a la rabia subyacente a través de elementos sociales señalados donde es permitido la expresión de dicho sentimiento[7]. Y, es por esto, también, que muchos de los suicidios son actos perversos de expresión de la propia rabia no expresada.

Por tanto, los sentimientos son las mutaciones de las emociones o, dicho de otro modo, las materializaciones de las biografías emocionales de cada persona. Todos los sentimientos no son necesarios, pudiendo establecer una doble categorización en función de si son deseables o indeseables, según si nos ayudan a crecer, expandiéndonos a nuevas realidades o, por el contrario, nos mantienen inmóviles, paralizados, en espacio-tiempos vitales hieráticos cada vez más fríos, lentos y contraídos[8]. Cuanto más gozo hay en mi vida más cultivo sentimientos como el del amor, la solidaridad, la generosidad, la asertividad, por poner unos pocos. Cuanto menos gozo más aparecen otros sentimientos como, por ejemplo, lo son el miedo, la rabia, la venganza, la nostalgia o el rencor. A la luz de esto último podemos, claramente, establecer que las ideologías son el resultado de los sentimientos cultivados, luego, salvo decir sí o no a lo que la vida nos pone delante, los humanos no elegimos nada. Somos el único bicho con la potestad de aceptar o rechazar lo que experimentamos.

El saurio, el felino y el sabio se sientan bajo un cerezo en flor.

Antes de resolver el enigma de Verónica me gustaría introducir unas últimas pinceladas que considero importantes para terminar esta exposición del mundo emocional humano, tal y como yo lo concibo y  lo aplico.

Creo que es importante describir cómo la arquitectura mental humana, desde el punto de vista fisiológico, se sustenta en tres grandes estructuras, claramente diferenciadas, si bien interconectadas e integradas: el sistema reticular y estriado, el sistema límbico y el neocortex. Podríamos decir  que nuestro cerebro está formado por tres cerebros que son, respectivamente, el reptiliano, el mamífero y el propiamente humano.

El cerebro reptiliano, formado por el sistema reticular y estriado, es el director de orquesta durante el embarazo y las primeras semanas de vida extrauterina. Asimismo, es “la sede de los comportamientos de supervivencia del individuo y la especie. Genera comportamientos automáticos e invariables que no ofrecen gran capacidad de adaptación frente al cambio.  El complejo estriado interviene en los comportamientos propios de la especie (instintos): territorio, caza, etc..(….)  Se dice del cerebro reptiliano que es el conservador de las pasiones ancestrales arquetípicas y está totalmente terminado en la época embrionaria, registrando las experiencias del organismo en desarrollo desde la sexta semana de embarazo.”[9]

En el sistema límbico o paleomamaliano residen las emociones, las motivaciones, el lenguaje y la memoria y es propio de las especies mamíferas, siendo el cerebro dominante desde pocas semanas tras el nacimiento hasta la edad de 7-9 años que es cuando el neocortex está a pleno rendimiento y, por tanto, debería recoger su función gestora e integradora.

El neocortex, para terminar, es el cerebro que nos permite todas las funciones que se basan en la capacidad de abstracción como son la empatía, la visualización de situaciones y objetos, las operaciones lógicas y matemáticas, el anticipar los efectos de un acto, etc.

Según esta arquitectura tenemos que ser conscientes de que en nuestro desarrollo mental somos, primero, un saurio; segundo, un mamífero; y, por último y con suerte, un humano. Por lo tanto, en todos nosotros residen cohabitando, con más o menos armonía, un reptil, un felino y un sabio. Esto supone, en nuestro desarrollo como individuo, que durante los nueve primeros años de vida primero actuemos y luego pensemos. Es decir, somos seres primarios e impulsivos porque nuestra capacidad de metarelacionarnos con la realidad a través del neocortex no está de todo operativa. Ahora bien, a partir de una deteminada edad el proceso se ha de invertir gradualmente para, finalmente hacia la época pre-adolescente, ser capaces de pensar antes de actuar y, por tanto, ser dueños de nuestra emoción[10]. En estas edades es normal que esto sea así, siempre y cuando esta tendencia se vaya reduciendo a medida que se cumplen años

Así, la realidad se transforma en una especie de “juego” o “teatro” que me permite cultivar uno de estos dos caminos: el del reptil/mamífero[11] o el del humano. En función del grado de autoconsciencia y la intención depositada en cada una de mis decisiones, hasta la más insignificante, se transforman en una suerte de monedas que, una a una, voy introduciendo en una de las dos huchas, la del reptil o la del humano. La primera, gobernada por la amígdala[12], produce tensión y es la súbdita del miedo que, como sabemos, es ese parásito que se alimenta de lo rápido, de nuestra clandestinidad, aislamiento, pasividad y victimismo. La segunda, que crece en lo que se mueve lento y flexible, se rige por el neocortex, produce comprensión y expansión,  y es la hija de la confianza, de la apertura, de la expresión, la conexión, la actitud activa y responsable. Cuando somos reptiles habitamos, encarcelados, en nuestra mente y en nuestra respiración torácica bajo el auspicio de la nostalgia del pasado y el temor del futuro. Cuando humanos, nos deslizamos por la realidad respirando abdominalmente, con nuestra atención puesta en el momento presente y en la sensación, sin distracciones de la mente, que sólo es usada como una herramienta para imaginar posibilidades.

La resolución del enigma

            Después de todo lo expuesto más arriba podemos concluir porqué se angustiaba Verónica con el cambio climático, el euríbor y la crisis. ¿A qué obedecían sus crisis de ansiedad? ¿Cómo se resolvería su sintomatología? Efectivamente, su crisis de ansiedad se debía a que ella, en realidad, desde hacía mucho tiempo estaba angustiada, es decir, había crecido en el sentimiento de miedo, de tal forma que se había gestado un terreno tan rico en este sentido que solo necesitaba un foco en el que centrar su atención para que ese miedo histórico se “encarnara”.  Podía hacer vida normal mientras su sentimiento de miedo, retroalimentándose en función del manejo de su vida diaria, estuviera en unos valores “normalizados” y conocidos para ella. En el momento en que, por alguna situación puntual, había un remanente  de miedo la presa, hasta entonces contenida a duras penas, se desbordaba y drenaba el excedente de combustible emocional a través de una crisis de ansiedad que le llevaba a ser víctima de la impulsividad y experimentar la realidad como cuando tenía 4 años, momento, más o menos, en que quedó fijado el patrón de información (desde el temor provocado por la falta de seguridad al no ser contenida emocionalmente por sus figuras de apego) que todavía seguía vigente.

            Por tanto, el trabajo con Verónica pasaba por cuatro fases. Lo más urgente era conseguir que su nivel de angustia se redujera de forma inmediata y, ante esto, había dos opciones: la aplicación de una serie de técnicas energéticas y neuromusculares nada agresivas o, si esto no daba resultado, la medicación bajo supervisión clínica. Una vez conseguido esto era necesario que ella comprendiera las razones por las que esa forma de funcionar tenía tanto peso y vigencia en su momento actual. Esto le daría perspectiva para poder ensayar y experimentar con fórmulas y maneras más acordes a la edad adulta que ella tenía. El tercer paso era fortalecer su yo interno, conseguir que cogiera fuerza. Esto era necesario para que, en el cuarto y último momento del trabajo, pudiera enfrentarse a las situaciones que le daban pánico de tal manera que el encadenamiento de una serie de confrontaciones exitosas  le imprimarían el sentimiento de confianza.

            En efecto, a medida que el trabajo fue avanzando, y el sentimiento de angustia fue siendo exorcizado, la sintomatología fue perdiendo peso y presencia. Esta es la razón por la que no me enfrento al síntoma de la persona que viene a mi consulta. Siempre lo respeto. Entiendo que es una manifestación de algo que es más profundo. No merece cortar la rama del árbol, sino secarle las raíces.

Una pequeña conclusión

Tras lo expuesto en el artículo creo que es importante tomar conciencia de que somos la expresión de una historia vivida, estando muy condicionados por ella. No obstante, condicionados no significa determinados, por lo que hay mucho margen para la esperanza y la actuación.

En consulta siempre digo que sólo existen dos cosas que pueden destruirnos como seres: el victimismo y la pasividad. Todo lo demás es sorteable. No obstante, si no estoy determinado, desde una actitud activa y responsable, a hacerme cargo de lo que me pasa y experimento, algo que, en realidad, sólo depende de mí, no hay futuro ni evolución para mí.

Estamos tan acostumbrados a vivir en el miedo que no nos damos cuenta de una verdad terrible: en realidad somos apóstoles y adictos del mal rollo, para lo cual se exige una enorme disciplina y gran tenacidad. Uno no es capaz de destruir su vida de forma fácil y sencilla. En realidad, hay tantos elementos positivos a nuestro alrededor que para estrellarse hace falta poner mucho empeño y cultivar de manera muy estricta un estilo de vida sustentado en la negatividad, la contracción y la tensión .

Crecer, evolucionar y vivir bien es trabajoso. Y es una manera de estar en el mundo según la cual somos responsables de con qué alimentamos a nuestro cuerpo, nuestra energía, nuestra mente y nuestra emoción. Lo absurdo es no darse cuenta que no cultivar el buen rollo es, inevitablemente, cultivar el mal rollo. En este caso no existe el camino del medio. Lo bueno de cultivar el primero es que sienta bien, es barato y da mucho gusto.


[1]Sostengo, que, en realidad, el 80% (con suerte) de las acciones que acometemos en nuestra vida diaria no son sino la repetición casi mecánica de patrones informaciones (emocionales, relacionales y cognitivos)  aprendidos durante los 7-8 primeros años de vida en nuestro primer gran laboratorio humano, la familia. Estos patrones son pautas de respuesta estereotipadas e inconscientes que, una vez aprendidas en los primeros años de existencia, son replicadas automáticamente por el sujeto ante situaciones que el interpreta son semejantes a las vividas en la época en que dichos patrones fueron aprendidos. La desactivación de dichos patrones de información pasa, necesariamente, por el entendimiento que tuvo la adquisición de los mismos en su momento de origen.

[2] Más concretamente el cuerpo calloso.

[3] Estos niños con déficit de atención deberían de ser llamados por su verdadero nombre: niños sufrientes. El problema es que una “etiqueta” así sitúa el problema fuera del niño, el que deja de ser un actor para ser una víctima del mundo de sus adultos. Y no hablo, necesariamente, de los padres……

[4] Mil gracias Zsorian Arkäin por tan sencilla y genial síntesis.

[5] Que es una respuesta defensiva del organismo que imprime un plus de energía en el sujeto para que sea capaz de afrontar y atravesar una situación sentida como amenazadora o inquietante.

[6] Pongamos que desde pequeño me han enseñado que “hay que hacer siempre lo que diga la autoridad (padre, profesor, policía, jefe)”, aunque sea algo injusto y humanamente reprobable.

[7] Y de paso no cuestionan el orden social establecido.

[8] Ya sabemos que lo que no evoluciona degenera y el miedo es la muerte.

[9]  Biología de las pasiones.- Jean Didier Vincent. Ed Anagrama.

[10] ¿Guiamos el caballo para llegar donde queremos o somos víctimas de los caprichos del animal?

[11] A partir de ahora me referiré a este camino sólo como reptiliano.

[12] Qué curioso órgano situado en las profundidades de los lóbulos temporales.

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